Utilizando como telón de fondo los convulsos años de la Guerra
Civil Española y la inmediata Segunda Guerra Mundial, las supuestas entrevistas
entre el Luis Quiñones personaje de ficción y el anciano señor Mitto nos llevan
hasta un París difuminado tras la lluvia que va a ser testigo directo de los
hechos narrativizados: lo que en principio se muestra como la historia de un
crimen va a ser transformado, a través de la palabra y el pensamiento, en una
historia de amor que ha marcado toda una vida…
Pero más allá de la anécdota novelesca, Luis Quiñones hace
en esta novela un verdadero ejercicio de estilo metaliterario: desde la forma
de componer un relato con todos sus elementos hasta el alarde de lenguaje
poético que constituye, desde mi punto de vista, el plato fuerte de la obra. Y
es que la poesía emana desde la primera de sus palabras hasta los evocadores
versos vertidos en susurros en la distancia que sólo permite la más estricta
intimidad:
“En la noche del corazón
la gota de tu nombre lento
en silencio circula y cae
y rompe y desarrolla su agua”.
Y al leerlo, al
sumergirme en los recuerdos de Oswaldo Mitto, no puedo evitar que vengan a mi
cabeza aquellos otros versos cargados de la melancolía propia de aquello que se
añora, del amor y, como no, de la propia poesía:
En resumen, una novela para sosegar el ánimo y dejarse llevar por los caminos a los que
sólo la palabra poética es capaz de llevarnos. Disfrútenla.
Te
recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la
boina gris y el corazón en calma.
En tus
ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las
hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a
mis brazos como una enredadera,
las hojas
recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera
de estupor en que mi sed ardía.
Dulce
jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento
viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina
gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia
donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis
besos alegres como brasas.
Cielo
desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu
recuerdo es de luz, de humo, de estanque en
calma!
Más allá
de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
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