Este pequeño hilo argumental deja
paso a un “relato de personajes” en el que la acción pasa a un segundo plano
para centrarse en la psicología de estos dos hombres acabados a los que
escuchamos a través de dos voces: la de un narrador externo, en tercera persona
y omnisciente, presente en los capítulos pares (el marido engañado) y la de un
narrador interno y protagonista en los impares (el amigo y futuro asesino),
cuyas reflexiones nos irán desvelando pequeñas pistas que nos indican que las
cosas no son tan sencillas como parecen…
Envuelta en el humo que emana de
los sempiternos cigarrillos que los dos protagonistas encienden sin solución de
continuidad, la novela recuerda (y mucho) a las grandes películas de cine negro
que un día protagonizaran Humphrey Bogart, Edward G. Robinson, Joseph Cotten o
Glenn Ford, sin que falten en ella el tradicional vaso de whisky, la
arrebatadora mujer fatal, el ambiente pesimista, la hipocresía de la sociedad
en la que los personajes se mueven y, por supuesto, el suspense. Elemento este último que Fernando domina con
maestría, atrapando al lector y conduciéndole hacia un final sorprendente que
le dejará en el ánimo ese sabor a LITERATURA con mayúsculas al volver la última
página…
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