Para comprender la literatura que se hace durante ese triste
período de nuestra historia que fue la Guerra Civil, hemos de retroceder
unos años y ver el proceso de evolución que sufre la literatura, acorde con los
cambios sociales que se están produciendo en el país.
Nos situamos entonces en la segunda mitad de la década de los
Veinte, un momento en el que internacionalmente se viven aún las consecuencias
de la Primera Guerra Mundial y en España tenemos la dictadura de
Primo de Rivera. Esos dos hechos se van a traducir en dos ideas: la necesidad
de evasión (huir de los horrores de la guerra) y el clima de optimismo (derivado
de la fe ciega que se tiene en el futuro feliz que parecían ofrecer las nuevas aportaciones tecnológicas).
Son “los felices años veinte”. Un período de creación
febril, de explosión cultural que nace al abrigo de la Revista de Occidente
y otras publicaciones que darán cabida a la obra literaria de un numeroso grupo
de jóvenes con vocación de artistas, que viven la literatura con una entrega
romántica, sin preocuparse por conseguir beneficios económicos de ella, y con
el ansia de romper con el casticismo de los hombres del 98 y de conectar con la
modernidad que llega de Europa.
Ortega y Gasset publica su ensayo La deshumanización del arte en 1925, que
contiene los presupuestos estéticos de este arte nuevo que llega de
Europa:
- Separación entre el arte y la vida:El arte no imita a la vida ni a la realidad,
sino que crea objetos reales nuevos a partir de la nada o del vacío absoluto.
- Carácter
lúdico; El arte es concebido como un juego, como algo intrascendente que
proporciona un placer intelectual y en el que los sentimientos no tienen
cabida.
- Deshumanización: desaparecen de la obra artística todos los
elementos humanos.
- Carácter minoritario: Es un arte impopular y antipopular, y, por
tanto, con una vocación muy minoritaria. Poetas como Juan Ramón Jiménez tuvieron por lema “a la inmensa minoría”, pues entienden que el arte y la poesía
deben ir destinados solamente a una minoría con sensibilidad estética que será
capaz de apreciarlo.
- Elitismo:Si el artista crea, es lógico, por tanto, que empiece a considerarse como
un dios, un ser superior frente a al masa, lo que le lleva a
encerrarse cada vez más en sí mismo, dando origen al mito de la torre de
marfil.
- Afán
de ruptura: Espíritu iconoclasta y rupturista respecto al pasado
y a la tradición cultural. Se oponen a todo arte pasado.
Es en este
contexto en el que va a surgir un homogéneo grupo de escritores, de gran
calidad e importancia, que abrazarán estos presupuestos estéticos y harán vivir
a las letras españolas un período de esplendor: La generación del 27.
b) El
clima de preguerra: la literatura se rehumaniza.
Al
proclamarse la Segunda República (1931), con la radicalización de los
conflictos sociales y políticos y el clima de preguerra que se está
generando, las voces críticas comienzan a alzarse y a surgir cada vez más
defensores del arte social: la Revista Popular y la revista
Post- Guerra defienden desde sus páginas la necesidad de un arte
humano, al servicio del hombre y en contacto con los problemas más
apremiantes. Se ataca duramente a quienes se escudan en el esteticismo para
rehuir su alineación con alguna de las partes contendientes, y a Ortega se le
reprocha ser el mentor del apoliticismo en la obra literaria. (El arte debe
rehumanizarse).
En esta nueva orientación es decisiva la influencia del poeta chileno Pablo Neruda y su revista Caballo verde para la poesía, cuyo primer número verá la luz el 1 de
octubre de 1935 y que debido a la guerra tuvo una corta vida (sólo se editaron
6 números). Es en este primer número donde aparece publicado su manifiesto “Por una poesía sin pureza”, en
alusión y en contraposición a la idea de la poesía pura defendida
por Juan Ramón Jiménez. En dicho manifiesto, Neruda
expresa su idea de que la poesía debe centrarse en lo humano, ser integradora,
estar hecha de vida:
“gastada como por un ácido por los deberes de la mano,
penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena salpicada por las
diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley. Una poesía impura
como traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas,
con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y
de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas,
afirmaciones, impuestos.”
Tras esta declaración de intenciones, y no por casualidad,
aparecen en la revista los escritos de dos poetas desconocidos en ese momento: Miguel
Hernández y Leopoldo Panero, además de otros conocidos como Federico
García Lorca y Vicente Aleixandre, a los que en números posteriores
se irán sumando otros poetas del grupo del 27.
También decisiva en esta nueva orientación va a ser la
fundación de las Misiones pedagógicas el 29 de mayo de 1931,
dependientes del Ministerio de Instrucción Pública e inspiradas en el
espíritu de la Institución Libre de Enseñanza que fundara Giner de
los Ríos. Muchos escritores
participaron, de una u otra manera, en este proyecto, cuyo objetivo era llevar
la cultura a las zonas rurales, creando bibliotecas, formando a sus maestros,
organizando lecturas, cine, teatro, coros y exposiciones, etc.:
- Antonio Machado,
formando parte como vocal de la Comisión encargada de organizarlas.
- Luis Cernuda,
coordinando el servicio de bibliotecas.
- Miguel Hernández,
implicado en el proyecto de formación de maestros.
- Rafael Alberti y Ramón J.
Sénder tomando el relevo, cuando las Misiones
desaparecen en el 36, y formando parte de las llamadas Milicias de la
Cultura.
- Alejandro Casona, con
el proyecto de teatro itinerante, contemporáneo al de teatro universitario
desarrollado por Lorca con La Barraca.
Algunos autores como Lorca se van
decantando cada vez más por el teatro, y en todos ellos los tonos sociales y
políticos se acentúan, en medio de un clima pre-bélico de radicalización
ideológica y creciente enfrentamiento social.
c) La literatura del compromiso y sus autores:
1936 – 1939
Ese proceso de rehumanización de la literatura y el arte que
se produce en los años 30 va a culminar en lo que podríamos denominar una
literatura combatiente, que es la que se da en ambos bandos durante la
guerra civil, y cuyo valor literario, salvo excepciones, no fue muy alto.
En el bando republicano destaca la labor desarrollada
por la llamada Alianza de escritores antifascistas, de la que formarán
parte, entre otros, Alberti, Miguel Hernández, Cernuda, y José Bergamín.
La Alianza de Escritores Antifascistas está muy
relacionada con dos revistas que alimentaron la cultura y la propaganda
oficiales de la España republicana: Hora de España y El mono azul.
Hora de España se fundó en 1937 con el objetivo de dar
continuación a la vida intelectual o de creación artística en medio del
conflicto. Se editaron 23 números, desapareciendo en 1939, y entre sus
colaboradores figuraron poetas del 27 como Altolaguirre (uno de los
fundadores), Alberti, Dámaso Alonso y Emilio Prados. Contó también con
autores del calibre de Antonio Machado (a través de la figura de Juan de
Mairena), María Zambrano, Gil Albert, León Felipe, José Bergamín, y Arturo
Serrano Plaja.
El Mono Azul salió a la luz en 1936, tomando su nombre del
mono que llevaban los milicianos en el frente de guerra. Mucho más belicosa que
la anterior, esta revista buscaba concienciar a los soldados de su función de
defender la república y la democracia frente al fascismo de los sublevados, y
por ello en sus páginas se mezclaban los contenidos literarios con la política
y la instrucción militar.
La
revista contó con contribuciones de intelectuales, trabajadores y soldados
republicanos por igual, figurando entre sus colaboradores buena parte de los
que participaban en Hora de España, el grupo del 27 y autores internacionales
como Neruda, Huidobro y John dos Passos.
Entre sus secciones más leídas se encontraba en las páginas centrales,
el "Romancero de la Guerra Civil", donde se recopilan los
romances que enviaban desde todas partes de España soldados y familias. El
conjunto de los publicados sería recogido más tarde por el poeta Rafael Alberti en su obra, "Romancero General de la Guerra
Española",
cuya primera edición vio la luz en Buenos Aires en 1944.
También la novela vive su proceso de rehumanización,
surgiendo un género que podríamos denominar novela social de preguerra,
que no es tan homogéneo como el de la poesía. Entran en él escritores de
formación modernista, líderes obreros que escriben relatos testimoniales,
narradores de inspiración barojiana, y vanguardistas que se pasan al compromiso
político social (como César Arconada). Entre todos, destacan dos
autores: Antonio Sánchez Barbudo y Ramón J. Sénder.
Antonio Sánchez Barbudo fue empleado del Ministerio
de Instrucción Pública durante la Segunda República, participó
activamente en las Misiones Pedagógicas, fundó las revistas Hoja literaria y Hora de España y durante la
guerra luchó activamente en defensa de la República y la libertad. Ramón J.
Sénder formó parte desde muy joven de grupos obreros anarquistas, y al
estallar la guerra se incorporó a las filas del ejército republicano. Ambos
autores recogerán en su obra narrativa las vivencias de la Guerra civil
española, algo que también hicieron otros narradores como Max Aub,
Francisco Ayala, Manuel Andujar y Arturo Barea.
En el bando nacional, la evolución es parecida, si bien sus obras y
autores no han tenido la repercusión e importancia de los anteriores. Poetas
como Federico de Urrutia, Luis Rosales y Ridruejo publicarán sus obras
en revistas como Jerarquía o Vértice; y a ellos se sumará la narrativa
de Agustín de Foxá y el teatro de Valdivieso.
Si quieres saber más sobre los escritores mencionados en este artículo (Miguel Hernández, Lorca, Machado, Alberti, Sénder...) y el papel que jugaron en nuestra guerra civil ellos y otros autores internacionales como Orwell y Hemingway, escucha el siguiente podcast:
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