La tradición literaria ha hecho
uso del tema del sueño desde tiempos inmemoriales. Si nos vamos directamente a
los orígenes de la literatura, vemos como ya en los primeros textos se
recurre a este motivo:
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En la Biblia el sueño es concebido como un don
divino: muchos oyen en sus sueños la voz de Dios. Pero quizá el más
importante de todos es el que aparece en el Génesis: Dios infunde el sueño a
Adán y cuando este se despierta se encuentra con que le han creado una
compañera, Eva, iniciándose así la humanidad. Según este concepto, el ser
humano procede de un sueño de Dios, y nos hace plantearnos una pregunta:
¿dejamos de existir cuando Dios deja de soñarnos?
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Otros sueños bíblicos: a José se le anuncia así que el
hijo de María ha sido obra del Espíritu Santo.
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En la tradición griega, el tema de sueño es de gran
importancia, tanta que va a tener su propio dios, Hipnos, encargado de inspirar
a los seres humanos en sueños (a través de su hijo, Morfeo, que es quien los
dirige) y susurrarles también obras y poemas. Es una segunda concepción de la
función del sueño también de larga tradición: muchos autores de todos los
tiempos afirman que sus obras son producto de sus sueños. (Ejemplo:
Stevenson afirmaba que su Jekill y Hyde había nacido en un sueño, en el que
había encontrado también la clave de la dualidad bien/mal en el ser humano).
Esta idea de los dioses protectores del sueño se da también en otros
pueblos de la Antigüedad, como los egipcios (el dios Bes), hindúes (la diosa
Parvati) y mesopotámicos (Nanshe).
En la tradición persa y árabe,
una de las obras más importantes es Las mil y una noches, en muchos de
cuyos cuentos se trata este tema, que se nos muestra como una imagen de la
realidad, como un juego de espejos en los que ésta se verá reflejada y que
nos impide ver lo que tenemos a nuestro alrededor: El sueño del mercader (un
hombre de El Cairo sueña que su fortuna se encuentra en Ispahán), El sueño
del campesino (o cuento del durmiente despierto, en el que un rey y un
mendigo intercambian sus papeles y el segundo cree que todo ha sido un sueño).
Llegamos de esta manera a la Baja
Edad Media, donde el tema será tratado por autores tan dispares como Don
Juan Manuel (El conde Lucanor: De cómo la honra de este mundo no es sino
como sueño que pasa) y Dante: en el Canto Primero de la Divina Comedia
se nos presenta al poeta soñando: el sueño es aquí sinónimo de perdición, de
extravío, de desorden, de ignorancia. Dante ha perdido el camino recto y se
encuentra dormido en la selva-error (pecado). El sueño, por lo tanto, señala la
pérdida de dicho camino, y es consecuencia de la pérdida de la inteligencia, la
prudencia y la sabiduría.
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Oberon y Titania. Arthur Rackham |
o
El Sueño de una noche de verano tiene una estructura onírica, en
la que el mundo real de los amantes nobles y los artesanos cómicos se mezcla
con naturalidad con el mundo mágico de las hadas y los duendes. Puck, por orden
del rey Oberón, utiliza un filtro mágico que hace que aquel en quien se aplica
se enamore locamente de la primera criatura viva que sus ojos vean, creando un
juego de confusiones amorosas entre los personajes de la obra. Cuando todo
vuelve a la normalidad, creen que ha sido el fruto de un sueño. La misma idea
la recogerá siglos después Lewis Carroll, tanto en Alicia en el país de las
maravillas, como, sobre todo, en su continuación Alicia a través del
espejo, en la que retoma también la idea del personaje soñado y la
confusión entre realidad y ficción.
o
Y la misma idea la
recoge Calderón de la Barca en La vida es sueño, que es quizá la obra
que mejor representa el concepto barroco de este tema, que irá íntimamente
unido al del paso del tiempo, a la fugacidad de una vida de ficción que el
tiempo se encargará de destruir, una vida que no es sino un sueño cuyo
despertar es la muerte (pesimismo barroco de herencia medieval). Calderón
plantea esa dicotomía barroca entre la vida terrena y la vida celestial en la
que la primera queda asimilada a un sueño del que sólo despertamos al morir. Lo
real es, por tanto, la muerte, la existencia ultraterrena, y la vida es
asimilada, por el contrario, a la irrealidad del sueño, de tal manera que se
invierten los términos de nuestra percepción cotidiana: la vida es muerte y la
muerte es vida. Esta idea nace
probablemente del mito de la caverna de Platón: la vida, el mundo de la
representación es lo falso, lo puramente aparencial, frente al mundo verdadero
que está siempre más allá.
Tras el paréntesis ilustrado en el
que la Razón se impone al sentimiento y encorseta la realidad, el sueño volverá
con fuerza en el siglo XIX de la mano del Romanticismo. Los escritores
románticos quieren romper los límites de la realidad y volar hacia las regiones
infinitas de la imaginación y de la fantasía, y uno de los principales
procedimientos para conseguirlo va a ser el recurso al sueño y a la visión o
ensoñación, dos estados próximos por lo que suponen de alteración de la
consciencia pero que presentan algunas diferencias:
- El sueño se produce cuando se duerme.
- La visión o ensoñación se produce mientras se
está despierto, pero en un estado crepuscular producido por el alcohol,
las drogas, el cansancio extremo y otras causas que favorezcan la
relajación mental (nos conduce a la idea del artista inspirado, propia de
los decimonónicos poetas malditos).
El sueño puede ser catalogado como
una “visión buena” y pasa a ser, en el romántico, sinónimo de lo deseado: por
ello, la literatura romántica se llena de sueños de amor y gloria. La visión,
por el contrario, tiene que ver con las pesadillas o sueños malos, y por eso se
va a relacionar con el horror y la muerte, acompañándose de espectros,
fantasmas, demonios e imágenes infernales.
Pero el sueño romántico va mucho
más allá que todo eso, puesto que para ellos las fronteras entre sueño y
realidad se difuminan al tiempo que se unen al concepto de “creación poética”.
El sueño se convierte así en un vehículo perfecto para adentrarse en el mundo interior
en busca de la poesía, que se encuentra oculta entre los entresijos de un mundo
confuso y caótico. Bécquer es el primer autor que abre en España el camino del
sueño como instrumento que permite al poeta bucear en ese mundo:
"Me cuesta trabajo saber qué
cosas he soñado y cuáles me han sucedido; mis afectos se reparten entre
fantasmas de la imaginación y personajes reales."
En esta potenciación del sueño
Bécquer coincide con otros autores como Hölderlin (“El hombre es un dios cuando
sueña y un mendigo cuando piensa”) o Novalis, que lo convierte en uno de los
temas fundamentales de su inacabada novela Enrique de Ofterdingen, donde se
retomará el papel premonitorio de los sueños, tan tradicional en la literatura.
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Fauna in La Mancha. Vladimir Kush |
El romanticismo anticipó así la
exploración del subconsciente a la que pretenden llegar los artistas más
representativos de las vanguardias del siglo XX, fundamentalmente los
surrealistas. André Breton, autor del manifiesto surrealista, consideraba que
el artista debe escapar de la lógica opresiva de la vigilia, dando vía libre a
los sueños, pues sólo así logrará liberar la imaginación y conseguir una
creatividad ilimitada. Por ello, los surrealistas proponen escribir al dictado
del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajenos a toda
preocupación estética o moral y lo suficientemente rápido como para no caer en
la tentación de releer lo escrito. Para acceder a ese mundo del subconsciente,
se emplearán diversas técnicas, como la escritura automática, el collage, la
hipnosis o la transcripción de sueños.
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